Una mañana cualquiera en la galería londinense, aburrida como nunca (o quizá como siempre) y sin saber qué hacer, veo a Alice con un montón de catálogos de Christie's en la mano aproximándose a la papelera. Me apresuro a decirle: "¿Vas a tirarlos?", "Sí..." - me responde - "...son antiguos". Y yo pienso: "Tú trae p'aca...". Empiezo a ojear, u hojear, y entre miles de nuevas propuestas de artistas contemporáneos, me percato de una imagen que, como dicen en inglés, "it caught my eye". "Liu Ye, Red", leo. Artista chino contemporáneo...mmm interesante. No sé explicar qué fue lo que me llamó la atención de esta obra, pero me cautivó durante unos minutos. Probablemente se deba a que me remite a mi estado emocional.
Una pequeña niña permanece de pie al borde de un acantilado. Está de espaldas a nosotros, y podemos intuir que tiene la vista fija y la mente absorta en un gran abismo rojo, incierto, y a la vez inquietante. Una leve brisa mueve su falda y sus cabellos. Silenciosa y solitaria contemplación.
Llama la atención esa gran masa roja, opaca, densa y brillante. Este color puede simbolizar cosas como el amor, pasión, sangre... Pero en esta obra, teniendo en cuenta la procedencia del artista, puede hacer referencia a la victoria comunista, aunque su admiración por la pintura de Mondrian podría explicar también este uso del color primario.
Sirviéndose de una iconografía infantil, tomada de cuentos y viñetas, Liu Ye recupera una infancia perdida en la que la magia es sustituida por una parábola de índole política. Se trata de una compleja metáfora en la que toma importancia el carácter ingenuo y puro de los niños, en lugar de la visión adulta y corrompida que complica la claridad de la emoción.
Claramente, esto se trata de una simple interpretación de la obra. Debemos tener en cuenta lo que un artista nos quiere decir con su arte, pero no olvidemos que el arte va dirigido a alguien, a nosotros, y toda interpretación personal es aceptada. Los historiadores del arte tampoco podemos caer en la mera enumeración y asimilación de datos, si no que debemos dejar que el arte nos inunde también a nivel personal y emocional.
Mi interpretación íntimamente personal me la guardo para mí misma. Pero así a grandes rasgos, digamos que me quedo con ese halo de misterio, de inquietud, de reflexión, de miedo (quizá), de incertidumbre...Esta obra me remite a esa sensación de sentirse al borde del precipicio frente al cual hay algo desconocido y probablemente peligroso. A esos momentos en los que no sabes qué es lo que te espera. Frenas en seco y piensas "¿Ahora qué? ¿Salto al vacío o me doy la vuelta?"
Porque...¿quién nunca se ha sentido como esa niña?
Una pequeña niña permanece de pie al borde de un acantilado. Está de espaldas a nosotros, y podemos intuir que tiene la vista fija y la mente absorta en un gran abismo rojo, incierto, y a la vez inquietante. Una leve brisa mueve su falda y sus cabellos. Silenciosa y solitaria contemplación.
Llama la atención esa gran masa roja, opaca, densa y brillante. Este color puede simbolizar cosas como el amor, pasión, sangre... Pero en esta obra, teniendo en cuenta la procedencia del artista, puede hacer referencia a la victoria comunista, aunque su admiración por la pintura de Mondrian podría explicar también este uso del color primario.
Sirviéndose de una iconografía infantil, tomada de cuentos y viñetas, Liu Ye recupera una infancia perdida en la que la magia es sustituida por una parábola de índole política. Se trata de una compleja metáfora en la que toma importancia el carácter ingenuo y puro de los niños, en lugar de la visión adulta y corrompida que complica la claridad de la emoción.
Claramente, esto se trata de una simple interpretación de la obra. Debemos tener en cuenta lo que un artista nos quiere decir con su arte, pero no olvidemos que el arte va dirigido a alguien, a nosotros, y toda interpretación personal es aceptada. Los historiadores del arte tampoco podemos caer en la mera enumeración y asimilación de datos, si no que debemos dejar que el arte nos inunde también a nivel personal y emocional.
Mi interpretación íntimamente personal me la guardo para mí misma. Pero así a grandes rasgos, digamos que me quedo con ese halo de misterio, de inquietud, de reflexión, de miedo (quizá), de incertidumbre...Esta obra me remite a esa sensación de sentirse al borde del precipicio frente al cual hay algo desconocido y probablemente peligroso. A esos momentos en los que no sabes qué es lo que te espera. Frenas en seco y piensas "¿Ahora qué? ¿Salto al vacío o me doy la vuelta?"
Porque...¿quién nunca se ha sentido como esa niña?
Pues a mi la primera impresión ha sido de tristeza, soledad, sufrimiento, abatimiento...uys, que alegre estoy, no?
ResponderEliminar